martes, 9 de julio de 2013

SOMOS RESPONSABLES DE NUESTROS SUFRIMIENTOS


Disertación efectuada por el Dr. Edward Bach en Southport, febrero de 1931

Venir esta tarde a dar esta disertación no ha sido para mí nada fácil. Ustedes son miembros de una asociación médica, y yo he venido como médico: sin embargo la medicina de la quiero hablar está tan lejos del parecer ortodoxo de hoy, que hace que haya poco en esta hoja de papel que tenga que ver con el olor del consultorio privado o del hospital, tales como los conocemos al presente.

Si ustedes, como seguidores de Hahnemann, no se hubieran adelantado enormemente a los que predican las enseñanzas de Galeno, y la medicina ortodoxa de los últimos dos mil años, tendría bastante miedo de hablar de este tema. Pero las enseñanzas de su gran Maestro y de sus seguidores han arrojado tanta luz sobre la naturaleza de la enfermedad, y allanado el camino que conduce a la curación correcta, que estoy seguro de que están preparados para acompañarme un trecho más en ese camino, y contemplar aún más las glorias de la perfecta salud, y la verdadera naturaleza de la enfermedad y la curación. La inspiración de Hahnemann hizo que la humanidad pudiera ver la luz en la oscuridad del materialismo, cuando el hombre había llegado ya tan lejos que consideraba a la enfermedad como un problema puramente material que tan sólo podía ser curado por medios materiales. El, como Paracelso, sabía que si nuestros aspectos espirituales y mentales están en armonía, la enfermedad no puede existir: y se dedicó a buscar remedios con que tratar a nuestras mentes, trayéndonos de este modo la paz y la salud. Hahnemann realizó un gran progreso y nos hizo avanzar un buen trecho en el camino, pero disponía sólo de una vida para realizar su obra, por eso nos toca a nosotros continuar sus investigaciones donde las dejó: y añadir más a la estructura de la perfecta curación, cuyos fundamentos ya había creado, y tan dignamente había empezado la construcción. El homeópata ya ha dejado de lado muchos de los aspectos innecesarios y poco importantes de la medicina ortodoxa, pero aún tiene que avanzar más. Yo sé que ustedes desean ir más adelante, ya que ni el conocimiento del pasado ni del presente es suficiente para el que busca la verdad. Paracelso y Hahnemann nos enseñan a no prestar demasiada atención a los detalles de la enfermedad, sino a tratar la personalidad, al hombre interno, sabiendo que si nuestras naturalezas espiritual y mental están en armonía la enfermedad desaparece.

El gran fundamento de su edificio es la enseñanza fundamental que debemos continuar. Lo siguiente que percibió Hahnemann fue cómo producir esa armoa, y encontró que entre las drogas y remedios de la vieja escuela, y entre los elementos y plantas que seleccionaba, podía invertir su acción por medio de la potentización, (en homeopatía se denomina potentizadón o dinamización al doble proceso de dilución y agitación (o sucusión) al que se somete a un medicamento para aumentar su potencia energética. [T.]), de modo que la misma sustancia que daba lugar al envenenamiento y los síntomas de la enfermedad podía -en mínimas cantidades- curar aquellos síntomas particulares cuando eran preparadas por este método especial. Así formuló la ley que dice lo semejante cura lo semejante [similia similibus curantur]: otro gran principio fundamental de la vida. Y nos de continuar la edificación del templo, cuyos primeros planos le haan sido revelados. Si seguimos en esta línea de pensamiento, la primera gran conclusión a la que llegamos es que la enfermedad es ese mismo lo semejante cura lo semejante: ya que la enfermedad es el resultado de una actividad errónea. Es la consecuencia natural de la desarmonía entre nuestros cuerpos y nuestras Almas: es lo semejante cura lo semejante porque es la enfermedad misma la que detiene e impide que nuestro comportamiento erróneo llegue demasiado lejos, y, al mismo tiempo, es una lección que nos enseña a corregir nuestra dirección y armonizar nuestras vidas con los dictados de nuestra Alma. La enfermedad es el resultado de una forma errónea de pensar y actuar, y desaparecerá cuando la pongamos en orden. Cuando la lección del dolor, el sufrimiento y el pesar esté aprendida, la enfermedad desaparecerá automáticamente porque ya no tendrá sentido su presencia. Esto es lo que Hahnemann, de forma incompleta, quería decir con lo semejante cura lo semejante.


AVANCEMOS OTRO TRECHO EN EL CAMINO

Una nueva y gloriosa perspectiva se abre ante nosotros, y aquí vemos que la curación verdadera puede ser obtenida, pero no apartando lo equivocado con lo equivocado, sino reemplazando lo equivocado por lo correcto: lo bueno sustituye a lo malo, la luz reemplaza a la oscuridad.

Llegamos a a comprender que ya no debemos combatir la enfermedad con la enfermedad: ya no podemos oponer a la enfermedad productos de la enfermedad; ya no podemos intentar apartar las enfermedades con las sustancias que las causan. Por el contrario, resaltemos la virtud opuesta que eliminará el error. La farmacopea del futuro cercano contendrá sólo aquellos remedios que tienen el poder sacar lo bueno, eliminando todos aquellos cuya única cualidad es oponerse a lo malo.

Es cierto que el odio puede ser conquistado con un odio aun mayor, pero sólo puede ser curado por el amor; la crueldad puede ser prevenida con una crueldad aún mayor, pero sólo es eliminada cuando se han desarrollado las cualidades de compasión y piedad; un miedo puede desaparecer y eliminarse en presencia de otro aún mayor, pero la cura verdadera de todos los miedos es el valor perfecto. Y, por este motivo nosotros, los que pertenecemos a esta escuela de medicina, debemos concentrar nuestra atención en estos maravillosos remedios que han sido colocados por Dios en la naturaleza para nuestra curación, entre los que se encuentran las benéficas y exquisitas plantas e hierbas del campo. Es obvio y fundamentalmente erróneo decir que lo semejante cura lo semejante.

Hahnemann tenía una concepción de la verdad bastante correcta, pero la expre de un modo incompleto.  Lo  semejante  puede  fortalecer  a  lo  semejante,  lo  semejante  puedrepeler  a  lo semejante,  pero  en  la  curación  verdadera  lo  semejante  no  puede  curar  a  lo  semejante.  Si escuchamos las enseñanzas de Krishna, Buda o Cristo, veremos que siempre se dice que lo bueno vence a lo malo. Cristo enseñó que no nos resistamos al enemigo, que amemos al enemigo y bendigamos a quien nos persigue... no existe lo similar cura lo similar. Y así, en la verdadera cura- ción, y también en todo avance espiritual, debemos siempre buscar el bien que aparte el mal, el amor que conquiste el odio y la luz que disperse la oscuridad. Debemos evitar todos los venenos, todo lo dañino, y utilizar sólo los remedios directamente buenos y beneficiosos. Sin ninguna duda, Hahnemann se esforzó en transformar, a través de su método de potentización, lo erróneo en correcto, lo venenoso en virtud, pero es mucho más simple y directo utilizar los remedios que benefician y hacen bien. La curación, por encima de todas las cosas y leyes materiales, es de origen Divino, no está atada a nuestros convencionalismos o patrones comunes. Por tanto, debemos elevar nuestros  ideales,  pensamientos  y aspiraciones  a  esos  gloriosos  y  soberbios  dominios  que  nos enseñaron y mostraron los Grandes Maestros. No se piense ni por un momento que esto es una crítica a la obra de Hahnemann; por el contrario, él indicó las leyes fundamentales, las bases; pero sólo disponía de una vida, y si hubiera podido habría llegado a estos mismos resultados. Nosotros sólo hemos continuado su obra, llevándola hasta la siguiente etapa natural. Consideremos ahora por qué  la  medicina  debe  cambiar  inevitablemente.  Lciencia  de  los  últimos  dos  mil  años  ha considerado a la enfermedad un factor material que puede ser eliminada por medios materiales: esto, por supuesto, es absolutamente falso. La enfermedad del cuerpo, tal y como la conocemos, es un resultado, un producto final, una primera etapa de algo mucho más profundo. El origen de la enfermedad está por encima del plano físico, cerca del mental. Es por entero el resultado de un conflicto  entre  nuestro  yo  espiritual  y  nuestro  yo  mortal.  En  tanto  éstos  estén  en  armonía, gozaremos de salud perfecta: pero cuando estén en discordia aparecerá eso que conocemos como enfermedad. La enfermedad es única y simplemente un correctivo: no es un castigo ni una crueldad; pero es el medio que adoptan nuestras Almas para señalamos nuestrafaltas, para evitar que sigamos cometiendo grandes errores, para evitar que se produzcan otros males, para llevamos de vuelta al sendero de la Verdad y la Luz, del cual nunca debimos habernos apartado.

La enfermedad es, en realidad, para nuestro bien, para nuestro beneficio, ya que podríamos evitarla si sólo tuviéramos el entendimiento correcto, combinado con el deseo de hacer el bien. Cualesquiera sean los errores que cometemos, éstos reaccionan sobre nosotros mismos, causándonos infelicidad, incomodidad o sufrimiento, de acuerdo a su naturaleza. El objetivo reside en enseñarnos el efecto perjudicial de una acción o un pensamiento equivocados; y, al producir similares resultados sobre nosotros mismos, nos muestra cómo causamos aflicción a los otros, lo que es contrario a la Grande y Divina Ley del Amor y la Unidad. Para la comprensión del médico, la enfermedad misma señala la naturaleza del conflicto. Quizá sea mejor ilustrar esto dando algunos ejemplos, para aproximarlos más a la idea de que no tiene importancia la enfermedad que se sufra, porque es la desarmonía entre uno y la Divinidad interior, y de que se está cometiendo alguna falta, algún error, que nuestro Yo Superior está tratando de corregir. El dolor es el resultado de la crueldad que causa dolor en los otros, ya sea mental o físico: pero podemos estar seguros de si se sufre dolor, al buscar en uno mismo se encontrará como causa alguna acción o pensamiento crueles presentes en nuestra naturaleza.

Quitémoslo y el dolor cesa. Si se sufre de alguna rigidez en las articulaciones o miembros, podemos estar igualmente seguros de que hay alguna rigidez en la mente, de que se está sosteniendo  rígidamente  alguna  idea,  algún  principio  o  convencionalismo  con  el  que  se  debe romper. Si se sufre de asma, o de dificultades respiratorias, se está de alguna manera asfixiando a otra persona, o se carece del valor suficiente para hacer lo correcto, sofocándose uno mismo. Si se malgasta, es porque se permite que alguien impida a la fuerza vital entrar en el cuerpo. Incluso la parte del cuerpo afectada indica la naturaleza de la falta. La mano, una falta o error en la acción; el pie, una falta de asistencia a los demás; el brazo, una falta de control; el corazón, deficiencia o exceso, o una actitud errónea en aspectos amorosos; el ojo, una falta de percepción, indicando que no se quiere ver la verdad colocada ante uno. Y así, igualmente, se puede averiguar la razón y naturaleza de una enfermedad: la lección que el paciente debe aprender y su necesaria corrección.

Demos una ojeada, por el momento, al hospital del futuro. Será un santuario de paz, esperanza y alegría. Sin prisas ni ruidos, enteramente libre de todos los terribles aparatos y artefactos de hoy, del olor a los antisépticos y anestesias, libre de toda cosa que sugiera enfermedad y sufrimiento. No se molestará el reposo del paciente para efectuar frecuentes tomas de temperatura, que se verá libre de los diarios exámenes con el estetoscopio y de punciones que le imprimen sobre la mente la naturaleza de su enfermedad. No se le tomará constantemente el pulso para sugerir que su corazón late con demasiada aceleración. Pues todas estas cosas evitan la misma atmósfera de paz y calma que es tan necesaria para que el paciente tenga una rápida recuperación. Tampoco habrá necesidad de laboratorios, pues el análisis microscópico de los detalles ya no tendn ninguna importancia, cuando se comprenda por entero que es el paciente el que debe ser tratado y no la enfermedad.

El objetivo de todas estas instituciones es tener una atmósfera de paz, de esperanza, de alegría y de confianza. Todo lo que haga será para estimular al paciente a olvidar su enfermedad, a esforzarse por mejorar; y al mismo tiempo a corregir cualquier falta de su naturaleza, a comprender la lección que debe aprender. Todo será estimulante y maravilloso en el hospital del futuro, de modo que el paciente buscará ese refugio, no sólo para aliviar su enfermedad, sino también para desarrollar el deseo de vivir mucho más en armonía con los dictados de su Alma de lo que ha hecho hasta ahora.

El hospital será la madre del enfermo; lo cogerá en sus brazos, lo tranquilizará y confortará, le dará esperanza, fe y valor para superar sus dificultades. El médico del mañana sabrá que él, por sí mismo, no tiene el poder de curar, pero que si dedica su vida a servicio de sus semejantes, a estudiar la naturaleza humana para poder, en parte, comprender su sentido; si desea, con todo su corazón, aliviar  el  sufrimiento,  y  renuncia  a  todo  para  ayudar  al  enfermo,  luego  puede  utilizar  su conocimiento para guiarlo, y el poder de curación para aliviar sus dolores. E incluso entonces, su poder  y  habilidad  para  ayudarlo  crecerá  en  proporción  a  la  intensidad  de  su  deseo  y  de  su disponibilidad para servir. Debe comprender que la salud, como la vida, es de Dios, y sólo de Dios, que él y sus remedios son simples instrumentos y agentes del Plan Divino para ayudar al sufriente a volver a la senda de la Ley Divina. No tendrá intes en la patología o en la anatomía rbida, pues su estudio será de la salud. No tendrá importancia para el médico que, por ejemplo, la insuficiencia respiratoria sea causada por el bacilo de la tuberculosis, el estreptococo o cualquier otro organismo: pero será muy importante saber por qué el paciente sufre de dificultades respiratorias. Tendrá poca importancia saber qué válvula del corazón está dañada, pero será vital descubrir de qué manera el paciente ha desarrollado equivocadamente aspectos de su amor. Los rayos X ya no serán utilizados para examinar la articulación artrítica, sino  que más bien  se investigará en  la mentalidad del paciente para descubrir la rigidez en su mente. La prognosis de la enfermedad ya no dependerá de los signos y síntomas físicos, sino en la habilidad del paciente para corregir esta falta y armonizarse con su Vida Espiritual. La formación del médico englobará un profundo estudio de la naturaleza humana, una gran percepción de lo puro y lo perfecto, y una comprensión del estado Divino del hombre, y el conocimiento de cómo asistir a quienes sufren, de manera que su relación con su Yo Espiritual vuelva a ser armónica y pueda llevar nuevamente concordia y salud a su personalidad.

Debe ser capaz, a partir de la vida e historia del paciente, de comprender el conflicto causante de la enfermedad o desarmonía entre el cuerpo y el Alma, y a dar el consejo y el tratamiento necesarios para el alivio del sufrimiento. También tendrá que estudiar la Naturaleza y sus Leyes: dialogando con Sus Poderes Curativos podrá utilizarlos en beneficio y provecho del paciente.

El tratamiento del mañana despertará esencialmente cuatro cualidades del paciente:

Primero, paz; segundo, esperanza; tercero, alegría; y cuarto, confianza. Todo el ambiente que le rodea, a como la atención que se preste al paciente, conducirán a este fin. Al rodear al paciente en una atmósfera de salud  y luz,  se  apoyará su  recuperación.  Al  mismo  tiempo,  los  errores  del paciente, luego de ser diagnosticados, le serán señalados, y ahora puede darle asistencia y apoyo para que pueda superarlos. Además de esto, estos maravillosos remedios, que han sido Divinamente enriquecidos con poderes curativos, serán administrados para abrir esos canales que más limitan la luz del Alma, de manera que el paciente pueda ser sacado a flote con la virtud curativa.

La  acción  de  estos  remedios  es  elevar  nuestras  vibraciones  abrir  nuestros  canales  para  la recepción de nuestro Yo Espiritual, hacer aflorar nuestra naturaleza con la particular virtud que necesitamos, y lavamos de la falta que causa el mal. Son capaces, como una música maravillosa, o cualquier otra cosa magnífica que nos inspire, de elevar nuestra naturaleza, acercamos a nuestra Alma y, precisamente a través de esa forma de actuar, nos traen la paz y el alivio de nuestros sufrimientos. No curan atacando la enfermedad, sino inundando nuestros cuerpos con las maravillosas vibraciones de nuestra Naturaleza Superior, en cuya presencia el mal se disuelve como la nieve bajo la luz del sol. Y, finalmente, estos remedios deben cambiar la actitud del paciente hacia la enfermedad y la salud. Se debe acabar para siempre con la idea de que el alivio de una enfermedad se puede comprar con oro o plata. La salud, como la vida, es de origen Divino, y sólo puede ser obtenida por Medios Divinos. El dinero, el lujo o los viajes pueden hacer que, de puertas para afuera, parezca que podamos comprar una mejoría de nuestro ser físico, pero todas estas cosas nunca nos proporcionarán la verdadera salud. El paciente del mañana debe comprender que él, sólo él, puede lograr el alivio de sus males, aunque pueda recibir consejo y ayuda de un hermano mayor que lo asistirá en su esfuerzo. La salud existe cuando hay armonía perfecta entre el Alma, la mente y el cuerpo; y esta armonía, sólo esta armonía, es lo único que debe ser obtenido para lograr la curación. En el futuro, ya no se sentirá el orgullo de estar enfermo; por el contrario, las personas se sentin avergonzadas de su enfermedad como de un crimen. Y ahora quiero explicarles dos condiciones que probablemente dan surgimiento a muchas más enfermedades en este país que cualquier otra causa. Son los dos grandes errores de nuestra civilización: la codicia y la idolatría.

La enfermedad nos ha sido, por supuesto, enviada como correctivo. Nos la vertemos por entero sobre nosotros mismos: es el resultado de nuestra errónea manera de pensar y actuar. Pero si podemos corregir nuestras faltas y vivir en armonía con el Plan Divino, nunca seremos asaltados por la enfermedad.  En  nuestra civilización  la  codicia se sobrepone a todo.  Es  la codicia por bienestar, rango, posición, por honores mundanos, comodidad, popularidad; sin embargo no es de ésta que debemos hablar, porque es, en comparación, inofensiva. Lo peor de todo es la ambición por poseer a otro individuo. Es cierto que esto está muy extendido entre nosotros, que lo consideramos como algo correcto y apropiado; sin embargo, esto no mitiga el mal, pues desear la posesión o influencia sobre otro individuo o personalidad es usurpar los poderes de nuestro Creador.

¿Cuantas  personas  podría  encontrar  entre  sus  amigos  o  familiares  que  sean  realmente  libres?

¿Cuántas no están atadas, influidas o controladas por otros seres humanos?

¿Cuántas de ellas podrían afirmar cada a, cada mes, cada año, que "únicamente obedecen a los dictados de su Alma y que le son indiferentes las influencias de otras personas"? Y, sin embargo, cada uno de nosotros es un Alma libre que solamente debe responder a Dios por sus acciones y, ¡ay!, incluso por sus pensamientos. Posiblemente la más grande lección de la vida es aprender a tener libertad. Libertad de las circunstancias, el ambiente, otras personas, y principalmente de nosotros mismos, ya que en tanto no seamos libres seremos absolutamente incapaces de darnos por entero y servir a nuestros semejantes. Analicemos ahora si sufrimos una enfermedad o cualquier otra penuria, si nos vemos rodeados por familiares o amigos .que molestan, si vivimos con personas que nos dominan y ordenan, que interfieren con nuestros planos e impiden nuestro progreso: todo es culpa de nuestro modo de obrar. Dentro de nosotros existe una tendencia a frenar la libertad del otro, o una ausencia de valor para proclamar nuestra propia individualidad, nuestro derecho a nacer. En el momento en que demos completa libertad a todo lo que nos rodea, cuando ya no sintamos deseos de atar y limitar, cuando ya no esperemos nada de los otros, cuando nuestro único pensamiento sea dar, dar y no tomar, entonces nuestras ataduras caen y romperemos las cadenas, y por primera vez en nuestras vidas conoceremos la exquisita alegría de la libertad perfecta.

Libres de todas las restricciones humanas, serviremos diligente y jubilosamente sólo a nuestro Yo Superior. Tanto se ha desarrollado el ansia de poder en Occidente, que se hace necesaria la aparición de graves enfermedades para que la gente reconozca el error y corrija su comportamiento; y de acuerdo con la severidad y el tipo de dominio de uno sobre otro, debemos sufrir en tanto continuemos usurpando un poder que no pertenece al hombre. La libertad absoluta es nuestro derecho de nacimiento, y solamente la podemos alcanzar cuando le concedamos esa libertad a cada Alma viva que aparezca en nuestras vidas, puesto que, en verdad, recogemos lo que sembramos, y que "Con la medida con que medís, seréis medido". Exactamente como interrumpimos en la vida de una persona, sea esta joven o anciana, eso debe repercutir sobre nosotros. Cuando limitamos sus actividades, encontraremos nuestro cuerpo limitado por la rigidez; si, además, les causamos dolor y sufrimiento, debemos preparamos para padecer lo mismo hasta que nos hayamos enmendados: no existe enfermedad, por severa que sea, que no sea necesaria para revisar nuestras acciones y alterar nuestras maneras.

Aquellos de ustedes que padezcan bajo el domino de otro, anímense, pues eso significa que han alcanzado la etapa en el avance en que se les enseñará a obtener la libertad: y del mismo dolor y el sufrimiento aprenderán a corregir las propias faltas; los problemas desaparecerán tan pronto cómo se hayan reconocido y corregido estos errores.

Para llevar esto a cabo es necesario practicar la más exquisita de las suavidades: nunca se puede herir de palabra o hecho a una persona. Pensemos que todas las personas trabajan para su propia salvación, aprendiendo durante la vida aquellas lecciones útiles para la perfección de su propia Alma; y lo deben hacer por mismas. Deben tener sus propias experiencias, aprender a sortear las trampas de la vida y, por su propio esfuerzo, encontrar la senda que les conduzca a la cima de la montaña. Todo lo que podemos hacer, cuando tenemos un poco más de conocimiento y experiencia que nuestros jóvenes, es conducirles suavemente. Si nos escuchan, muy bien; si no lo hacen, debemos esperar pacientemente hasta que posteriores experiencias les enseñen sus errores, y entonces quizá vuelvan a nosotros. Deberíamos aspirar a ser tan suaves, tan tranquilos, tan pacientemente útiles como para movemos entre nuestros semejantes como un soplo de aire o un rayo de sol; siempre listos para ayudarles si nos lo piden, pero nunca forzándoles seguir nuestros puntos de vista. Y ahora quisiera hablar sobre otro gran impedimento a la salud que es, hoy en a, muy común, uno de los grandes obstáculos que los médicos encuentran en su labor de curar. Un obstáculo que es una forma de idolatría. Cristo dijo: "No podéis servir a Dios y a las riquezas", y sin embargo, el servicio al dinero es una de las piedras con que tropezamos más a menudo. Había una vez un glorioso y magfico ángel, que se aparec a San Juan, y San Juan cayó de rodillas en adoración. Pero el ángel le dijo: "No te arrodilles ante mí, soy tu siervo, y el siervo de tu hermano. Adoremos a Dios". Y, sin embargo hoy, miles de personas no adoran a Dios, si siquiera a un ángel poderoso, sino a un ser humano. Puedo asegurarles que una de las mayores dificultades que debemos vencer es el endiosamiento a otro mortal. Qué habitual es esta expresión: "Debo preguntarle a mi padre, a mi hermana, a mi marido..."

¡Que tragedia! Pensar que un Alma humana, en el desarrollo de su evolución divina, deba parar a pedir permiso a sus compañeros de ruta, la humanidad, el mundo en su conjunto. ¿A quién cree que debe su origen, su ser, su vida... a un compañero de ruta o a su Creador? Debemos comprender que únicamente debemos responder de nuestras acciones, y de nuestros pensamientos ante Dios, y ante Dios solamente. Y, de hecho, estar influido, obedecer los deseos, o considerar los deseos de otro mortal es una verdadera idolatría. Su penalidad es severa, nos ata con cadenas, nos coloca en prisiones, confina nuestra vida; y eso es a porque no nos merecemos otra cosa, si obedecemos las órdenes de un ser humano, cuando todo nuestro ser debería obedecer una sola orden: la de nuestro Creador, quien nos dio la vida y el entendimiento. Pueden estar seguros de que los individuos que se sienten obligados con su mujer, sus hijos o su padre o sus amigos son idólatras, que sirven al dinero y no a Dios.

Recuerden  las  palabras  de Cristo:  "¿Quién  es  mi madre,  y quiéneson  mis  hermanos?",  que significa que cada uno de nosotros, por pequeño e insignificante que sea, está aquí para servir a nuestros semejantes, a la humanidad, al mundo entero, y ni siquiera por un instante debemos seguir los dictados y órdenes de otros seres humanos contra cuyos deseos sabemos se alzan las órdenes de nuestra Alma. Seamos los capitanes de nuestras Almas, seamos los maestros de nuestro destino (lo que significa dejar que nuestro yo sea gobernado y guiado por entero, sin dejarse dominar o guiar por ninguna persona o circunstancias, por la Divinidad interior), viviendo siempre de acuerdo con las leyes de, y respondiendo sólo a, el Dios que nos Dio la vida. Y ahora quisiera señalar un punto a su atención. Piensen siempre en la orden que Cristo dio a sus discípulos: "No resistáis al que es malo".  La  enfermedad  y  los  errores  no  se  conquistan  por  medio  de  la  lucha  directa,  sino remplazándolos por lo que es bueno. La oscuridad desaparece con la luz, no por una oscuridad mayor: el odio por el amor, la crueldad por la compasión y la piedad, la enfermedad por la salud.

Todo nuestro objetivo reside en reconocer nuestros errores y esforzarnos en desarrollar la virtud que se les opone, y a éstos se fundin igual que la nieve al sol. No luchen contra sus problemas, no batallen contra sus enfermedades, no combatan contra sus flaquezas; lo mejor es olvidar todo esto y concentrarse en el desarrollo de las virtudes necesarias. Y ahora, resumiendo, podemos reconocer la enorme importancia que tuvo la homeopatía en la lucha contra las enfermedades en el futuro.

Ahora es cuando hemos comprendido que la enfermedad en misma es lo semejante cura lo semejante, que nosotros mismos somos los culpables de la enfermedad, que ésta aparece para corregimos  y  para  nuestro  bien  último,  que  podemos  evitarla  si  aprendemos  las  lecciones necesarias, y si corregimos nuestros errores antes de sufrir una necesaria lección más severa. Esta es la continuación natural de la gran obra de Hahnemann. La consecución de esa línea de pensamiento que se reve a él, conduciéndonos un paso más adelante hacia la perfecta comprensión de la enfermedad y la salud, y esta es la etapa en que debemos superar el vacío entre lo que él de y el ocaso de hoy, hasta que la humanidad haya alcanzado el estado de progreso que le permita recibir directamente la gloria de la Curación Divina. El médico juicioso que escoja bien sus remedios de las benéficas plantas de la naturaleza, divinamente enriquecidas y bendecidas, será capaz de asistir a sus pacientes, de abrir aquellos canales que permitan una mayor comunión entre el Alma y el cuerpo, y a el desarrollo de las virtudes necesarias para eliminar todas las faltas. Esto llevará a la humanidad una esperanza de curación real, combinada con progresos mentales y espirituales.

Para los pacientes, será necesario que estén preparados para enfrentarse a la verdad, a saber que la enfermedad es única y exclusivamente debida al fruto de los propios errores interiores, al igual que el precio del pecado es la muerte. Tendn que tener el deseo de corregir sus faltas, a vivir una vida mejor y más útil, y a saber que la curación depende de sus propios esfuerzos, aunque puedan ir al médico para que los guíe y ayude en sus problemas. La salud no se puede obtener con oro, igual que un niño no puede comprar su educación: no hay ninguna suma de dinero capaz de enseñar a un alumno a escribir, debe aprender por mismo, guiado por un maestro experimentado. Y exactamente aes el comportamiento de la salud. Hay dos grandes mandamientos: "Ama a Dios y a tus semejantes". Desarrollemos nuestra individualidad de forma tal que podamos conseguir una completa libertad para servir a nuestra Divinidad interior y, únicamente, a esa Divinidad. Y demos a los demás absoluta libertad, y sirvámosles de la manera que podamos según los dictámenes de nuestra Alma,  siempre recordando  que aumenta nuestra propia libertad,  y ésta hace aumentar nuestra capacidad para servir a nuestros semejantes. Por esto debemos enfrentarnos al hecho de que somos los culpables de nuestro propio sufrimiento, y de que la única cura es corregir nuestras faltas. Toda verdadera curación aspira a ayudar al paciente a poner en armonía su Alma con su mente y cuerpo. Esto sólo lo puede hacer por mismo, aunque el consejo y la ayuda de un hermano experimentado pueda ser de gran ayuda para él. Tal y como Hahnemann lo expuso, toda curación que no parta del interior es inocua. Toda aparente curación del cuerpo obtenida por medios materiales, obtenida sólo por la acción de otras personas, sin autoayuda, puede ciertamente lograr un alivio físico, pero sin armonizar nuestra Naturaleza Superior, las lecciones quedarán sin resolver, y los errores no habn sido erradicados. Es horrible pensar en todo el conjunto de curaciones artificiales y superficiales obtenidas por medio del dinero y los métodos erróneos de la medicina, métodos erróneos porque simplemente suprimen los síntomas, dan un aparente alivio, sin eliminar la causa. La curación debe proceder de nuestro interior, y con el conocimiento y corrección de nuestros errores, al armonizar nuestro ser con el Plan Divino. Y dado que nuestro Creador, en Su misericordia, ha colocado ciertas hierbas Divinamente enriquecidas para asistirnos en nuestra victoria, busquémoslas y utilimoslas para mejor nuestra capacidad, para a escalar la montaña de nuestra evolución, hasta el día en que alcanzaremos la cumbre de la perfección. Hahnemann había reconocido la verdad de lo semejante cura lo semejante, que en realidad significa curar la acción errónea: la verdadera curación es un estadio superior a éste; el amor y todos sus atributos expulsan lo equivocado. En la correcta curación no debemos utilizar nada que alivie al paciente de su propia responsabilidad, debemos adoptar sólo los medios que le ayuden a superar sus errores. Ahora sabemos que ciertos remedios de la farmacopea homeopática tienen el poder de elevar nuestras vibraciones, dotándonos a de una mayor unión entre nuestros yo mortal y Espiritual, y sanando a través de esa gran armonía a producida. Y finalmente, nuestra labor es trabajar para purificar la farmacopea, y añadirle nuevos remedios, hasta que contenga sólo aquellos que son beneficiosos y edificantes.

Título original: Ye Suffer From Yourselves